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José Beneroso Santos

(Historiador-Investigador)

Los centros de culto en la Spania rural visigoda (siglos VI-VII): El territorium de Asidona. 

Atendiendo a una propuesta realizada hace unas semanas, tras la publicación del excelente artículo de Santiago Chipirraz Rodicio titulado «Ermita de San Ambrosio-Una joya del siglo IV», afrontamos este trabajo.

Desde el Bajo Imperio se venía produciendo en la península Ibérica un proceso de ruralización que había comenzado en época bajoimperial y que culmina en el reinado visigodo. Se trata de un proceso de importantes consecuencias, que incide en el plano económico y en el social, y que conlleva la progresiva decadencia de muchas ciudades, provocando en algunos casos su total desaparición. Sin embargo, a pesar de la gran importancia que adquiere el campo, la vida urbana no queda totalmente anulada, aunque, una de las consecuencias más significativas derivada de la ruralización es la práctica desaparición de los modelos organizativos municipales.

A partir de ese momento se desarrolla una nueva unidad administrativa de marcado carácter rural, más acorde con la nueva situación político-social del reino. Esta unidad es el territorium, que es conocido como comitatus o condado, que pasa a corresponderse con el espacio administrativo municipal anteriormente existente, y en el que por lo general había establecido un obispado. En nuestra zona el centro neurálgico de esta nueva demarcación es el enclave de Asidona (Medina Sidonia).

Asimismo, las grandes propiedades —los antiguos lati fundi— pasan a ser centros, además de económicos, de organización social y política, sustituyendo en sus funciones municipales a las ciudades. Prolifera una serie de pequeños núcleos rurales habitados junto a los asentamientos agrícolas independientes, pero vinculados a una propiedad agraria de extensión variable, las antiguas villae bajoimperiales, que eran abundantes en toda la zona estudiada. Los grandes propietarios pasan a ejercer funciones de protección, fortaleciendo y difundiendo unas relaciones de carácter personal y privado, que tienden a sustituir a las anteriores de carácter colectivo y público, sobre las que tradicionalmente se había asentado el Estado centralizado romano. Esto conduce, de forma progresiva, a poder actuar con total independencia del poder central. Al mismo tiempo, y en parte como consecuencia de este proceso de ruralización aparece también una serie de centros de culto, tales como iglesias, monasterios, ermitas…, fundados muchas veces por los propietarios de las tierras en las propias villae. Son de carácter privado y con ello los seniores gothorum pretenden adquirir importantes privilegios y beneficios de la Iglesia. Esta situación irregular perduró hasta finales del siglo VII. El tema es bastante complejo y es todavía motivo de estudio.

Ahora bien, desde el siglo V venía difundiéndose un tipo de establecimiento rural asociado a comunidades cristianas, que en los siglos VI y VII, durante la Spania visigoda, alcanza una mayor relevancia coincidiendo con el citado proceso de ruralización. Consideramos que en estas fechas la Iglesia hispano-visigoda mantenía cierta independencia de la de Oriente, recibiendo una mayor influencia de la africana. En realidad, la Iglesia hispana, desde el siglo III —cuando verdaderamente logra su consolidación—, tuvo una fuerte dependencia de la Iglesia africana, de tal manera que todo este movimiento de establecimientos rurales de tipo monacal o cenobítico se produjo, entre otras razones, como consecuencia de dicha influencia y, por lo tanto, ambas Iglesias guardaban una estrecha relación. Además, hay que destacar que la Iglesia visigoda presentaba unas características propias como era sin duda la conocida «Liturgia hispánica». Es decir, esta Iglesia tenía su propio rito, conocido como «hispánico» o «mozárabe» que no sería reemplazado por el «romano» hasta bien avanzado el siglo XI. Un rito que completó su desarrollo y estructuración durante este período. En este proceso tuvo un destacado protagonismo la Bética, por ser aquí donde aparecería la obra escrita más importante de la Iglesia visigoda: La colección canónica hispana. Se trata de una gran recopilación canónica, cuya autoría le es frecuentemente atribuida a San Isidoro

Además, hay que relacionar este fenómeno con lo apuntado por Ripoll y Velázquez sobre la existencia de «las llamadas iglesias propias, construidas por los dueños de grandes propiedades fundiarias [mayoritariamente en referencia a los latifundios] para uso de las personas que dependían o estaban ligadas a sus tierras. Estas iglesias fueron causa de conflicto porque los dueños pretendían obtener provecho material de ellas, contra los intereses de la Iglesia. Es sabido que algunas fundaciones monásticas se dieron en este tipo de propiedades» (Gisela Ripoll e Isabel Velázquez, La Hispania visigoda. Del rey Ataúlfo a Don Rodrigo. Historia de España nº 6. Madrid, Información e Historia S.L. Historia 16, 1995, pág. 60).

Sostenemos que en la zona del Estrecho —la que más nos interesa en esta ocasión— el movimiento partió desde Asidona y se irradió por sus inmediaciones, propagándose después, porque estamos de acuerdo con Eugenio J. Vega y Francisco A. García cuando afirman que: «a partir del imperio de Teodosio […] existen unos comienzos de estructuración religiosa-administrativa en torno a la primera ciudad de la zona: Asidonia. Esta organización cristiana resulta heredera directa del antiguo convento administrativo romano de Gades» (Eugenio Vega Geán y Francisco A. García Romero, «El primitivo cristianismo asidonense: de la antigüedad tardía al epílogo mozárabe», Asidonense, 8 (2013), pág. 10).

Por lo tanto, Asidona se convierte en la sede de la antigua diócesis del Conventus Gaditanus entre finales del siglo VI y principios del VII, no sin alguna disputa por los límites interdiocesanos, según podemos deducir del II Concilio de Sevilla, que tuvo lugar en el 619 y fue presidido por San Isidoro. En la zona de La Janda se establecen fundaciones cristianas y el puerto de la antigua Baesippo adquiere de nuevo una mayor relevancia.

Igualmente, creemos ver también en la construcción de estos centros de culto y recogimiento rurales (básicamente iglesias, fundaciones monacales y ermitas) el interés de los primeros dirigentes de la Iglesia por la predicación cristiana, apoyándose en los dueños de las propiedades, o incluso, tal como hemos señalado, por la propia iniciativa de éstos, lo que nos puede dar una idea de hasta qué punto se intensifica la ruralización en el siglo VI y, particularmente, en el VII.

Para algunos autores, entre ellos Juan Abellán, «[…] el periodo más fructífero fue el del obispo Pimenio, que coincide con la presencia en estas tierras de San Fructuoso de Braga (siglo VII). Es el momento de la construcción de la basílica de Los Santos, en la falda sur de Medina Sidonia, la de San Ambrosio [en Barbate] y la de la Oliva en Vejer de la Frontera o la de los Santos Nuevos en Alcalá de los Gazules, de las que se conservan sus lápidas fundacionales» (Juan Abellán Pérez, «La mozarabía de los territorios de la mancomunidad de la Janda (siglos VIII-XIII)», Actas Jornada Dos orillas, una misma voz. Las huellas de la cultura musulmana en la comarca de La Janda, Medina Sidonia (mayo, 2012).)

Martínez y Delgado, interpretando antiguas narraciones, señalaba que: «San Paulino […] llegó a Cádiz [entre finales del siglo IV y principios del V] y de aquí pasó a un pueblo de su costa llamado Vejer de la Miel donde moró algún tiempo con los religiosos del mismo orden que le acompañaban, y erigió en su término las ermitas de San Pablo y San Ambrosio, nombres que tenían dos de estos sus famosos discípulos. Es verosímil [que] pasasen algunos con San Paulino a Medina Sidonia, distante sólo cuatro leguas; y extramuros de ella al pie de su falda fundaron una iglesia a la parte Sur que se llamó y aún se nombra de los Santos Mártires, porque á pocos años de la fundación y predicación de dichos religiosos, padecieron todos martirio y sus cuerpos fueron llevados por los católicos á la citada iglesia de San Ambrosio, donde les dieron sepultura […]»(F. Martínez y Delgado, Historia de la ciudad de Medina Sidonia. Cádiz, 1875 (Ed. Facsímil 1991), pág. 167 y ss.).  

Aunque no es probable la estancia del mencionado santo en estas tierras sí lo es la de algunos de sus discípulos que se instalaron en ellas, fundando muchas veces pequeños centros de culto; es decir, se trataría de comunidades cristianas asociadas a explotaciones desde las que realizan labores de apostolado, desarrollando al mismo tiempo actividades comerciales. De este tipo pueden tratarse las citadas de San Ambrosio (Barbate), La Oliva (Vejer) y la de los Santos Mártires de Medina Sidonia, a la que unimos la de San Paulino (Barbate), El Jautor, al sur de Alcalá de los Gazules, y el Santuario de La Luz (Tarifa), actualmente todas en fase de estudio. También Santaolaya Vebedume, citada por al-Udri, si bien no conocemos su ubicación exacta, o la de Chipiona, algo más alejada, entre otras. La mayoría de estos centros de culto construidos en el siglo V, aunque en los casos de Santa Eulalia, en El Jautor, debemos ser prudentes y retrasar, por ahora, la edificación hasta finales del VIII o principios del IX, en San Ambrosio donde se construyó una iglesia visigoda en el siglo VII sobre una ermita paleocristiana del siglo V, que a su vez fue levantada sobre una villa romana, y en los casos del Santuario de La Luz y Santaolaya el desconocimiento sobre su fundación es aún mayor. Sin embargo, generalmente, es aceptado que el Santuario de La Luz es del siglo XIV, erigido por Alfonso XI en conmemoración de la batalla del Salado, existen indicios (fundamentalmente presencia de cerámica romana en superficie, terra sigillata clara o anaranjada africana, igual a la hallada en otros asentamientos agrarios cristianos de la zona) que podrían remontar su existencia a antes del siglo VIII, datación que la arqueología tendría que confirmar. Por otro lado, el término Santaolaya aparece confirmado en un texto posterior de 1296, que hace referencia al deslinde entre las tierras de Jerez, Medina Sidonia, Alcalá de los Gazules, Vejer, Tarifa y Algeciras realizado también por Alfonso XI. Además, debemos tener en cuenta que este territorio había recibido un fuerte aporte cultural bizantino presente en la comarca desde mediados del siglo VI. Todos estos centros de culto pervivieron bajo la rigurosa supervisión de los prelados asidonenses hasta la conquista arabo-bereber de 711.

A pesar de la intensa cristianización que parece mostrar la zona en el siglo VII será una de las primeras en ser ocupadas por los grupos arabo-bereberes. De tal manera que será conocida como al-Barbar, yuz al-barbar (distrito de los bereberes), reconociéndose la presencia mayoritaria bereber, y el cambio de confesionalidad en gran parte de su población debió ser casi de inmediato, en los inicios del siglo VIII. Sin embargo, el culto católico, con sus prácticas materiales y espirituales, se mantuvo en algunos de estos centros rurales de culto, si bien iría disminuyendo de forma paulatina hasta desaparecer totalmente en el siglo IX, cuando el proceso de arabización e islamización en la zona fue definitivamente completado.

Por otro parte, debemos señalar —en muchos casos sospechamos que relacionados con estos establecimientos— de la existencia de necrópolis rurales, la mayoría de origen incierto. Destacamos las que presentan tumbas excavadas directamente en la roca, muy abundantes y características de la zona del Estrecho, que sin duda fueron reutilizadas en distintas épocas y que en nuestro caso aparecen en ocasiones asociadas a estos centros de culto rurales descritos. Además, junto a estas necrópolis es frecuente la presencia de pequeños eremitorios también excavados en la roca, como el que hemos localizado recientemente en El Pilar (Los Barrios). Pueden presentar estas tumbas una variada morfología y un perfecto acabado; existen simples, dobles y múltiples. Son en su mayoría de tipo antropomórfico (muchas datadas en los siglos VI y VII, y de tipo olerdolano), pero otras son muy sencillas, amorfas y de burdo acabado.

A través de varias intervenciones arqueológicas efectuadas en los últimos años se ha localizado gran cantidad de material asociado a estas necrópolis en algunos asentamientos tardorromanos y visigodos en una amplia zona de la orilla del estrecho de Gibraltar. Podemos citar las existentes, entre otros lugares, en: Betijuelo, Los Algarbes, Los Lances, Cortijo La Haba, El Aciscar, Sierra Momia, Facinas, Bacinete, El Corchadillo, Buenas Noches, El Cochino, Buceite, Arnao, El Pilar, Finca Villegas (Los Barrios), La Alcaidesa, Llano de las tumbas y Sierra Momia o un poco más alejada la de San Pedro de Alcántara. Algunas de estas necrópolis rurales están datadas entre los siglos VII y VIII, aunque abundan enclaves donde se han reutilizado tumbas en periodos posteriores; en muchas de ellas, a pesar de lo afirmado antes, no se han encontrado todavía evidencias claras que las conecten con los centros cenobíticos, por lo que se debe esperar a los resultados de varias investigaciones en curso. Es de destacar la progresiva disminución de ajuares en las tumbas, desde época tardorromana a visigoda, lo que dificulta su estudio. También es cierto que a lo largo del siglo VII se produce la presencia, cada vez más notable, de espacios funerarios dentro del casco urbano como es el caso de Traducta, —una necrópolis localizada en el solar de la calle Alexander Henderson 19-21 de Algeciras—o el de la gran necrópolis asentada sobre el antiguo foro altoimperial en Carteia.

Por último, nos parece interesante señalar que actualmente en las investigaciones que se vienen realizando en el asentamiento romano de Zanovana, localizado hace unos años en el término municipal de La Línea de la Concepción, se tiene abierta una línea de investigación que plantea también, como hipótesis de trabajo, la posibilidad de que en algún momento fuese ocupado por una comunidad cenobítica. La existencia de una comunidad que ha podido quedar fosilizada en el propio topónimo Zanovana, si lo hacemos derivar del término cenobio. Esta forma, por feminización morfológica del topónimo, dio paso, en referencia a la propiedad, al de La Cenobia o al de La Cenobiana, al igual que con relativa frecuencia ha ocurrido en otros casos —en concreto en esta zona son bastante conocidos los de las fincas La Doctora y La Alcaidesa, o incluso los que tienen un origen andalusí como La Almoraima y La Moracha—.  Así, la forma Cenobiana, o Cenobia, daría (a través de un proceso algo complejo) por permutación interna de las vocales del vocablo original en las que la «e» y la «o» pasarían a «a», o por absorción de la vocal «a», perdiéndose en este caso la átona «i», que originaría, sin mucho problema, la forma Zanovana o Zanobana. Es una posibilidad que no debe ser descartada y habrá que esperar a que tanto arqueólogos como filólogos se pronuncien.

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